jueves, 15 de marzo de 2012

López Obrador en la Ibero

Cuando Andrés Manuel se reencontró con Carlos Salinas de Gortari: López Obrador en la IBERO
15 de marzo de 2012

La Universidad Iberoamericana fue escenario del encuentro amoroso de López Obrador con los universitarios.
A la Ibero también llegaron nutridos grupos de universitarios de la BUAP. Acudieron a la cita los perseverantes militantes de la izquierda poblana, los que si pertenecieron en su juventud al extinto PCM. Los mismos que reclaman el certificado de autenticidad de izquierda.
Sólo que ahora se perdieron entre las multitudes de adolecentes; el tiempo los envejeció, o mejor dicho, envejecieron con el tiempo. Allí estuvieron, entre otros, Julio Glockner, Paco Vélez, Jaime Cid.
Ahora son otros los protagonistas de la mal llamada izquierda, algunos de ellos en el pasado fueron enemigos antagónicos, incluso reprimieron a los entonces contestatarios jóvenes comunistas.
Fueron las nuevas adquisiciones de la izquierda los ocuparon los primeros lugares. Manuel Bartlett, René Sánchez Juárez, acompañados del resto de los dirigentes estatales que impulsan la candidatura de López Obrador.
Quién hubiera pensado que la disputa por la nación pondría de esta manera las cosas. El caso es que ahí estaban todos juntos pero no revueltos.
Unidos todos para emprender la cuarta transformación histórica de México, en la versión historicista de López Obrador.
Los une el propósito de llevar a cabo el “verdadero cambio”.
El acto estaba programado para las trece horas; aunque una hora antes el gimnasio ya estaba casi lleno.
Los inquietos jóvenes de ciencias políticas y de la licenciatura en derecho que organizaron el encuentro terminaron arrollados por los equipos de logística de las izquierdas.
Las dirigencias partidistas tomaron el control de la organización, a pesar de que se trataba de un encuentro “académico”; por aquello de la veda electoral.
Ellos decidieron quienes ocuparían los primeros lugares; algunos profesores intentaron llegar a las primeras filas en busca de un asiento pero fracasaron en el primer intento.
Hay que decirlo, una vez más los políticos mostraron un pésimo comportamiento, llegar y apropiarse de los espacios de los universitarios.
Ese formato sirvió para cerrarle el paso a la prensa. No pueden pasar porque es un acto académico, repetía con cara de malo un elemento de seguridad, cada vez que un periodista intentaba entrar.
Para fortuna de los asistentes, la espera no fue larga, quizá el fantasma de Josefina Vázquez Mota y su desairada toma de protesta, ahora persigue a los candidatos.
Andrés Manuel acompañado de su siempre guapa e inteligente esposa, Beatriz Gutiérrez, llegó iluminado por los rayos del sol de medio día, la tarde asoleada empezaba a sentirse en la piel.
Después de concluido el acto protocolario, el amoroso mayor empezó a desdoblar sus ideas con cierta cautela; parecía tener miedo de tropezarse con los cordones que impuso la ley electoral.
Empezó su discurso con una interpretación de la historia de México que en mucho coincidía con la llamada versión oficial de la historia patria.
Ya en su posición más de profesor universitario que de candidato presidencial, expresó: tres son las grandes transformaciones de México, la independencia, la república restaurada y la revolución de 1910.
En esta versión resumida de la historia mexicana, no le concedió lugar a sucesos históricos que si han transformado a nuestro país, basta mencionar dos ejemplos: el movimiento estudiantil del 68 y la transición a la democracia que culminó, en su versión electoral. con la alternancia del gobierno federal.
La cuarta transformación, sentenció, es la que estamos llevando a cabo. “No es la lucha del poder por el poder, no es el dinero lo que nos inspira”, aclaró.
Lanzó un primer gesto amoroso inspirado con la idea de revertir la opinión de todos aquellos electores que aún retumba en su memoria aquel grito “al diablo con las instituciones” y que todavía dudan de su amorío por la lucha pacífica y por el respeto a las instituciones.
Esta transformación, dijo cambiando el tono de voz, es pacífica, sin violencia. Es una lucha desde abajo.
Pasó posteriormente a realizar un diagnóstico muy general de la situación económica y social del país.
Me imaginé que en el camino a Puebla vino leyendo el libro de Héctor Aguilar Camín y Jorga Castañeda, “una agenda para México 2012”.
Y es que la versión expuesta por el candidato de las izquierdas y la de estos “intelectuales orgánicos” no fue muy diferente.
Ya cuando tuvo dominado el escenario, lanzó sus críticas al neoliberalismo y dio como alternativa, para acabar con este modelo económico, impulsar la participación ciudadana.
Me vinieron a la memoria las palabras de Salinas de Gortari, cuando llegó a la UDLA a promocionar su libro.
Me imaginé un guión de película con el título “cuando las diferencias y las distancias nos unen”.
Así es, Andrés Manuel y Carlos Salinas de Gortari coinciden en sacar del país al neoliberalismo y darle el poder a la sociedad civil.
Ya en la sesión de preguntas y respuestas el líder de MORENA perdió el miedo, se desató los nudos de la ley que lo tenían maniatado y decidido avanzó.
Previa aclaración, que más bien se entendió como justificación, atajó: no vengo hacer campaña porque la ley me lo prohíbe, pero nadie me puede acusar de ello porque este es un acto académico. Los aplausos no se hicieron esperar.
El pronóstico esperado se cumplió: terminó por enumerar sus propuestas de campaña.
Fue un acto “académico” con vestido de “campaña”.
Al final, ya emocionado terminó pidiendo el voto, sin ser explícito, por supuesto: tengo experiencia y convicciones.
Terminó su intervención con tres de sus mandamientos: no mentir, no traicionar, no robar.
Me quedé pensando en el primer mandamiento: no mentirás. De inmediato me vino a la mente aquella imagen de la extraordinaria película “0.56 qué le pasó a México en 2006”: una escena en la que una periodista le pregunta días previos a la elección ¿y si no gana, volverá a ser candidato en el 2012?
La respuesta de Andrés Manuel fue contundente: no, no lo voy hacer porque lo último que no puedo hacer es el ridículo.
Hoy, esa pregunta quedó borrada de la memoria de López Obrador y con ella el primer mandamiento de su credo político.

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