domingo, 2 de mayo de 2010

René Avilés Fabila

02-May-2010

La edad tiene ventajas, pienso, cuando siempre detesté envejecer. Recuerdo los años en que podía cantar Forever Young porque supuse que el tiempo de uno es eterno y casi llego al momento que en el cine me dan una entrada de adulto mayor antes de solicitarla. Por ello, éste es un año que me lleva de un homenaje a otro. Comenzó con la UNAM en la Feria de Minería, siguió con la UAM al hacerme Profesor Distinguido y tengo una amplia lista de aquí a mi cumpleaños en noviembre.
Antes solía acompañar a mis amigos mayores a este tipo de festejos. Conservo una fotografía donde aparezco junto a Rubén Bonifaz Nuño, José Luis Cuevas, Bernardo Ruiz, Juan Bañuelos y Carlos Montemayor en Colima donde le entregaron al primero un doctorado honoris causa. Yo mismo obtuve alrededor de los cuarenta años el Premio Nacional de Periodismo de manos del Presidente de México. Ahora, la edad atrae homenajes. El próximo viernes 7 Puebla me entregará, en ceremonia de Cabildo, la Cédula Real de la Fundación de la Ciudad de Puebla, en presencia de la presidenta municipal, Blanca Alcalá, del Honorable Cabildo y de Jaime Julián Cid Monjaraz, regidor presidente de la Comisión de Educación Superior, Arte y Cultura. Me resulta emotivo no sólo por todos aquellos poblanos que me han brindado afecto y amistad, sino porque en la BUAP, organizado por Guillermina Pérez, hubo conmemoración para mi primera novela, Los juegos, 1967. El diario Síntesis que se edita en Puebla, Hidalgo y Tlaxcala me invitó a ser el ombudsman de sus periodistas. De esta misma casa periodística nació la Fundación para la Libertad de Expresión, cuyo presidente es Armando Prida y entre sus vicepresidentes se hallan Elena Poniatowska, Carlos Slim, Manú Dornbierer, Jorge Carpizo, Ángeles Mastreta y algunas personalidades más. Esta empresa, el 4 de junio me entregará uno de sus premios a la “eminencia”, el mismo que ya otorgaron a Poniatowska, Monsiváis y Pacheco. Cierro con una conferencia magistral en la Biblioteca Palafoxiana.
¿Por qué estos reconocimientos poblanos me son importantes? Cuando apenas tenía cinco años, mis padres me llevaron a conocer los fuertes de Loreto y Guadalupe para ver el sitio donde las tropas de Zaragoza derrotaron a las francesas. A partir de entonces, mi relación con esa bella ciudad se intensificó, con frecuencia desde el DF, mi hogar. Durante mis estudios grandes personajes poblanos aparecieron en mi vida. Primero fue Vicente Lombardo Toledano, amigo de mi padre. Solíamos visitarlo en la sede del Partido Popular y siempre salíamos impresionados (yo más) por su cultura y postura marxista. Pero sí me placía escuchar al notable pensador, con Ernesto de la Torre Villar, mi maestro de historia de México y testigo, con José Agustín, de mi matrimonio en 1965, las conversaciones fueron cordiales. Ernesto era sabio y generoso, jamás imaginé que pasaría de mi profesor a mi colaborador en El Búho de Excélsior. Otro poblano distinguido fue Gastón García Cantú, hombre polémico, erudito, a quien conocí cuando publicó El pensamiento de la reacción mexicana en 1962. Nuestra amistad fue impecable y larga. Baste decir que escribí el prólogo a su último libro.
Pero de todos los amigos entrañables poblanos son Germán List Arzubide y Elena Garro a quienes más recuerdo. El primero, estridentista hasta el final, fue herencia paterna. Todavía lo acompañé en el festejo que la UNAM le hizo al cumplir 100 años. Había perdido el vigor, no su lucidez. A la segunda la redescubrí en París en 1987, donde arrancó una extraña y maravillosa amistad. Es una escritora soberbia que sigue esperando justicia de México. Me falta Héctor Azar, amigo perfecto.
Mis deudas con Puebla son impagables, en especial ahora que tan de buen grado se sumó a los reconocimientos a un hombre que dedica su vida a escribir e impartir clases. No es mucho, pero lo hace gozoso.

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