El último de sus libros, un retorno a sus orígenes en la escritura.
2010-08-30• Cultura
Puebla • Verónica de la Luz
Milenio en linea.
Como si el clima hubiera dado tregua a la ciudad, mostrando el esplendor de su zócalo y edificios coloniales, Puebla recibió al escritor Sergio Pitol para que presentara lo que, el mismo ha dicho, su último libro Una Autobiografía Soterrada. Ampliaciones, Rectificaciones y Desacralizaciones (Almadía 2010), además de honrar con su presencia al Ayuntamiento para recibir copia de la Cédula Real.
El personaje que ha recorrido un largo camino por las letras, la diplomacia y más aún, por la vida, arribó al Palacio Municipal con una emoción que no hacía falta expresar con palabras, desde su entrada al recinto denotaba su sentir con su sola mirada.
Atento, sentado entre la presidenta Blanca Alcalá y el regidor Jaime Cid, Sergio Pitol escuchaba la introducción del acto con la lectura de su biografía y bibliografía, una reseña que apenas dejó entrever su trayectoria: inicialmente estudió la carrera de derecho, para después fungir como editor, traductor, cuentista, novelista y viajero incansable.
A sabiendas de su dificultad para hablar por su padecimiento de afasia progresiva, Pitol caminó hacia el estrado y emitió un breve pero emotivo mensaje de agradecimiento por recibir la Cédula Real, un reconocimiento que se suma a premios como el Juan Rulfo en 1999 y el Cervantes en 2005.
Contó que por una necesidad casi física de volver a convivir con su idioma y escucharlo a todas horas, regresó a su nación luego de radicar 28 años en Europa; así, en 1988 volvió al México del que nunca se sintió alejado con el propósito de emplear tiempo y energías sólo en la escritura.
A sus 77 años, Sergio Pitol reflexionó dos facetas de su vida, una larga, gris, tosca y gregaria que describe en Una Autobiografía Soterrada como “entorno abigarrado… donde la vida social era más que agobiante” (P. 70). Sin embargo, fueron las vivencias derivadas de la actividad social a la que se veía obligado por motivos protocolarios, las que nutrieron parte de sus novelas.
La otra etapa es la soledad, descrita por él mismo como un regalo de los Dioses: la ha disfrutado en su casa de Xalapa leyendo, escribiendo y ahora como consejero editorial de la revista La Nave.
Pitol dio cuenta de su ascendencia italiana y su estancia en Córdoba, Veracruz, pero afianzó su origen poblano que siempre exige, sea plasmado en su obra. Finalizó su agradecimiento con una dedictoria a esta ciudad: “ya en sí es un regalo a la vista y a la memoria de su historia”.
Con un cigarrillo encendido y pausas que le permitían admirar la avenida Reforma, Pitol caminó con una pequeña guardia de amigos, periodistas y lectores hacia el salón de de proyecciones del edificio Carolino de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) donde presentaría Una Autobiografía Soterrada. Ampliaciones, Rectificaciones y Desacralizaciones.
En la mesa, le acompañaron su colega Rodolfo Mendoza, el colaborador de La Jornada, Javier Aranda, el escritor poblano Eduardo Montagner y como representante de la UAP, el director de fomento editorial, Carlos Conteras.
Pitol inició la presentación recordando los años de amistad con Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, relató que por horas hablaron sin tregua de literatura, vieron cientos de películas, frecuentaron juntos el teatro, visitaron exposiciones, asistieron a conciertos, fueron a marchas...
Dijo que la parte final de su último libro contiene una conversación con “Monsi”. Ésta retrata la admiración de ambos por la obra de Jorge Luis Borges, quien es ya un clásico porque “los jóvenes lo leen con asombro. Borges es por sí mismo un Universo” (p. 122). Abordaron a autores europeos como Charls Dickens, Virgina Woolf o Joseph Conrad, quienes “han visto el movimiento del mundo, su época, sus derivaciones, los movimientos que mueren y los que se han incorporado…Para que se pueda decir que los novelistas (que van a ser los clásicos del presente y el futuro) lleguen a esa altura, se necesita la muerte, unos meses, un par de años” (p.130).
Así, quien se dijo discípulo en las letras, la moral y la política, mostró su último libro.
Amigo y colega de Pitol durante casi 20 años, Rodolfo Mendoza, inició con los comentarios expresando que la literatura es otra forma de lo real, posiblemente la más verdadera. “Sergio Pitol, nos has enseñado que la literatura es un forma íntima de la utopía”, le dijo.
La pasión, formuló, es la característica del autor que ya es imprescindible de la literatura; para él no existe la palabra indiferencia sino la entrega total a la literatura “nada le es ajeno, la pasión es su alma”.
Al final, contento y satisfecho
“Me siento contento” dijo Pitol después de una tarde de emociones encontradas. Él deja de escribir por imposibilidad pero está conforme con la obra que ha hecho y que, sobre todo, le ha dejado en paz haber realizado el corpus en el Fondo de Cultura Económica, dijo en entrevista Rodolfo Mendoza, quien convive con él casi a diario: “escribió cuentos magistrales, novelas insuperables, libros que además de clásicos se han vuelto referente para las nuevas generaciones de México, Latinoamérica y España que ven en Sergio a su gran maestro”.
El personaje que ha recorrido un largo camino por las letras, la diplomacia y más aún, por la vida, arribó al Palacio Municipal con una emoción que no hacía falta expresar con palabras, desde su entrada al recinto denotaba su sentir con su sola mirada.
Atento, sentado entre la presidenta Blanca Alcalá y el regidor Jaime Cid, Sergio Pitol escuchaba la introducción del acto con la lectura de su biografía y bibliografía, una reseña que apenas dejó entrever su trayectoria: inicialmente estudió la carrera de derecho, para después fungir como editor, traductor, cuentista, novelista y viajero incansable.
A sabiendas de su dificultad para hablar por su padecimiento de afasia progresiva, Pitol caminó hacia el estrado y emitió un breve pero emotivo mensaje de agradecimiento por recibir la Cédula Real, un reconocimiento que se suma a premios como el Juan Rulfo en 1999 y el Cervantes en 2005.
Contó que por una necesidad casi física de volver a convivir con su idioma y escucharlo a todas horas, regresó a su nación luego de radicar 28 años en Europa; así, en 1988 volvió al México del que nunca se sintió alejado con el propósito de emplear tiempo y energías sólo en la escritura.
A sus 77 años, Sergio Pitol reflexionó dos facetas de su vida, una larga, gris, tosca y gregaria que describe en Una Autobiografía Soterrada como “entorno abigarrado… donde la vida social era más que agobiante” (P. 70). Sin embargo, fueron las vivencias derivadas de la actividad social a la que se veía obligado por motivos protocolarios, las que nutrieron parte de sus novelas.
La otra etapa es la soledad, descrita por él mismo como un regalo de los Dioses: la ha disfrutado en su casa de Xalapa leyendo, escribiendo y ahora como consejero editorial de la revista La Nave.
Pitol dio cuenta de su ascendencia italiana y su estancia en Córdoba, Veracruz, pero afianzó su origen poblano que siempre exige, sea plasmado en su obra. Finalizó su agradecimiento con una dedictoria a esta ciudad: “ya en sí es un regalo a la vista y a la memoria de su historia”.
Con un cigarrillo encendido y pausas que le permitían admirar la avenida Reforma, Pitol caminó con una pequeña guardia de amigos, periodistas y lectores hacia el salón de de proyecciones del edificio Carolino de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) donde presentaría Una Autobiografía Soterrada. Ampliaciones, Rectificaciones y Desacralizaciones.
En la mesa, le acompañaron su colega Rodolfo Mendoza, el colaborador de La Jornada, Javier Aranda, el escritor poblano Eduardo Montagner y como representante de la UAP, el director de fomento editorial, Carlos Conteras.
Pitol inició la presentación recordando los años de amistad con Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, relató que por horas hablaron sin tregua de literatura, vieron cientos de películas, frecuentaron juntos el teatro, visitaron exposiciones, asistieron a conciertos, fueron a marchas...
Dijo que la parte final de su último libro contiene una conversación con “Monsi”. Ésta retrata la admiración de ambos por la obra de Jorge Luis Borges, quien es ya un clásico porque “los jóvenes lo leen con asombro. Borges es por sí mismo un Universo” (p. 122). Abordaron a autores europeos como Charls Dickens, Virgina Woolf o Joseph Conrad, quienes “han visto el movimiento del mundo, su época, sus derivaciones, los movimientos que mueren y los que se han incorporado…Para que se pueda decir que los novelistas (que van a ser los clásicos del presente y el futuro) lleguen a esa altura, se necesita la muerte, unos meses, un par de años” (p.130).
Así, quien se dijo discípulo en las letras, la moral y la política, mostró su último libro.
Amigo y colega de Pitol durante casi 20 años, Rodolfo Mendoza, inició con los comentarios expresando que la literatura es otra forma de lo real, posiblemente la más verdadera. “Sergio Pitol, nos has enseñado que la literatura es un forma íntima de la utopía”, le dijo.
La pasión, formuló, es la característica del autor que ya es imprescindible de la literatura; para él no existe la palabra indiferencia sino la entrega total a la literatura “nada le es ajeno, la pasión es su alma”.
Al final, contento y satisfecho
“Me siento contento” dijo Pitol después de una tarde de emociones encontradas. Él deja de escribir por imposibilidad pero está conforme con la obra que ha hecho y que, sobre todo, le ha dejado en paz haber realizado el corpus en el Fondo de Cultura Económica, dijo en entrevista Rodolfo Mendoza, quien convive con él casi a diario: “escribió cuentos magistrales, novelas insuperables, libros que además de clásicos se han vuelto referente para las nuevas generaciones de México, Latinoamérica y España que ven en Sergio a su gran maestro”.