lunes, 30 de noviembre de 2009

Opacidad y transparencia

Juvenal González González
28/11/09
Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre,
acabarás formando parte de ella.
Joan Baez
México sigue cayendo en el despeñadero de la corrupción. Cada vez que Transparencia Internacional hace público su dichoso Índice global sobre corrupción, la posición mexicana se ubica más cerca del sótano. En el año 2001, recién inaugurada la alternancia en el ejecutivo federal y cuando, a pesar del escándalo de las toallas y “los amigos de Fox”, el “gobierno del cambio” todavía generaba expectativas, Transparencia Internacional publicó por primera vez su CPI (Corruption Perceptions Index) México obtuvo 3.7 de calificación (siendo la máxima de 10, como en la primaria) y ocupó el lugar 51 en el mundo.
Parecía que peor imposible pero no fue así, con una consistencia impresionante cada año México siguió bajando al infierno. En 2006 cuando, haiga sido como haiga sido, Felipe Calderón llegó a la silla presidencial, México ya andaba en el lugar 70 gracias a las tropelías de la sagrada familia. Y de entonces a la fecha el país descendió otros 19 lugares.
En el Índice de corrupción 2009 México obtuvo una calificación de 3.3 y cayó al lugar 89. Las archipublicitadas “manos limpias” de Calderón, resultaron bastante cochinonas, artríticas e inútiles para operar políticas públicas de cualquier tipo, porque no hay un solo indicador (PIB, empleo, pobreza, seguridad, inversión foránea, competitividad, evasión fiscal, aprovechamiento escolar, etc.) donde no vayamos en picada, le dicen el “no da una”.
Y hay que insistir, porque la humareda publicitaria trata de ocultarlo, en que este desastre se desató desde el 2000, bastante antes de que apareciera la crisis “que vino de afuera”. Pero como afectados de sus facultades mentales, siguen por el mismo camino y en el mismo caballo, sus signos vitales no reaccionan, ni siquiera frente a estímulos tan acalambrantes como las sucesivas y desastrosas derrotas electorales, las críticas de 6 premios Nobel de economía o la reciente rechifla en Torreón. Calderón no ve ni oye, en la hipotética suposición de que alguna vez lo haya hecho.
Pero bueno, retomando el asunto de la corrupción, resulta que la cacareada transparencia no ha logrado convertirse en un factor capaz de revertir esa tendencia que ya dura 9 años y que, en muchos casos, es un laberinto intransitable para los mortales comunes y, en otros, una excelente coartada para disimular la turbiedad gubernamental. La verdad es que como están las cosas ni coartada necesitan, atracan a la vista de todos manteniendo bien “aceitados” los engranes mediáticos y chitón perico.
Y todavía, con esa perversidad típica del sistema mexicano, las castas divinas y sus voceros alimentan la versión de que la culpa es de “los mexicanos” repartiendo la responsabilidad de las calamidades que devastan al país. “La corrupción somos todos” bombardean incesantemente para camuflarse, como en la anécdota del ladrón que grita ¡al ladrón!
El ejemplo de los millones de mexicanos radicados en Estados Unidos, cuya ejemplar conducta, tanto en el trabajo como en su vida privada y social, les ha abierto las puertas en una sociedad como la gringa, impregnada de ideas y costumbres racistas y discriminatorias, es la mayor evidencia de que la corrupción no está en los genes de los mexicanos, sino que se encuentra original y esencialmente en el mapa genómico en las estructuras del sistema político y económico mexicano.
El “sistema” no es solo un pantano que mancha el plumaje, sino que de plano despluma a las aves que pretenden cruzarlo. El que no tranza no avanza, reza un letrero en el pantano, pero entre tranzada y avanzada terminan por olvidarse para qué carambas querían cruzarlo y ya mejor se quedan a chapotear con porfiriana alegría.
Para un empresario o un político que se respete, fuera del pantano no hay vida posible. Todo se compra y se vende, todo y todos tienen un precio, el chiste es saberlo dijo Fouché. Las leyes “se hicieron para ser violadas” y al final la única ley que cuenta es la del más fuerte, sí señor como no.
Cambiar ese maravilloso mundo empantanado no es enchílame otra, más bien es cosa de locos. Solo a los orates se les ocurre andar pensando en esas babosadas en pleno siglo XXI, cuando de las revoluciones sociales nadie quiere ni acordarse y las utopías han desaparecido hasta de los diccionarios políticos, no, pos no.
Los poderosos imponen su ley, son la ley y llegaron para quedarse, a ver, aléguele al ampáyer. Para qué transparentar un pantano cuyo origen y destino es la opacidad. Resignación hijos míos, es mejor nadar de a muertito o como dijera el ídem Benedetti, hay que hacerse el muerto para que no te maten. O como dicen en el rancho, no le buigan. Total, que tanto es tantito.
Cheiser: Hay muertos que sí hacen ruido. Ahora resulta que el político mexicano más muerto y enterrado, Andrés Manuel López Obrador, goza de cabal salud. Volvió a llenar el Zócalo de la Ciudad de México y convocó a elaborar la plataforma electoral para el 2012, a partir de un decálogo que incluye la libre competencia en los medios electrónicos y la abolición de los paraísos fiscales. Nomas de verlo con la espada desenvainada se le enchinan las pestañas a más de uno. Tan es así que solo la imbatible Carmen Aristegui lo entrevistó en televisión y eso porque es un canal gringo que no pertenece a Azcárraga ni a Salinas. Cosas vederes...

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