martes, 30 de marzo de 2010

Morir en el Tec

La Jornada
Javier Flores
En una nota fechada el 19 de marzo de 2010 por la agencia Notimex, se señala: Elementos del Ejército se enfrentaron esta madrugada a balazos con un grupo de personas armadas en las inmediaciones del campus del Tecnológico de Monterrey, con saldo de dos delincuentes muertos”.

Cinco días después, una de las víctimas, Javier Francisco Arredondo Verdugo, de apenas 24 años, recibía un homenaje de cuerpo presente en el patio de la modesta escuela secundaria Educadores de Baja California, en el poblado de Todos Santos, en esa entidad, en la que había estudiado 10 años atrás. Después, el féretro fue trasladado al cementerio municipal. De acuerdo con la nota de Paula Montero, reportera del diario Tribuna, de Los Cabos, el padre del estudiante asesinado, el señor Javier Arredondo, agradeció a quienes lo acompañaban a él y a su familia en “el dolor más grande de su vida” y se disculpó por la ausencia de su esposa, la señora Aidé Verdugo, quien no pudo acudir al cementerio por sentirse muy mal.

El dolor fue compartido en Coahuila por los padres de Jorge Antonio Mercado Alonso, otra de las víctimas de la balacera en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Jorge, de 23 años, fue sepultado en el panteón Santo Cristo, en Saltillo, ciudad en la que había realizado sus estudios antes de trasladarse a Nuevo León para cursar la maestría. De acuerdo con la nota de Paola A. Praga, del rotativo Zócalo Saltillo, su madre, la señora Rosa Elvia Alonso, agradeció a Jorge y a Dios los 23 años de vida que le regalaron.

Antes de la tragedia que les arrebató la vida y enlutó a sus familias, los dos jóvenes coincidieron en Saltillo, en el Instituto Tecnológico de esa entidad –institución pública cuyo lema es “La técnica por la grandeza de México”–, en la que ambos realizaron la carrera de ingeniería mecatrónica, disciplina en la que se combinan la mecánica, la electrónica y la informática. Los dos fueron estudiantes sobresalientes, al grado de que a Javier Francisco se le otorgó un reconocimiento especial en 2008 por haber logrado el mejor promedio de su generación.

Al concluir sus estudios en Saltillo, buscaron emigrar para ensanchar sus horizontes profesionales. Así llegaron por separado a Nuevo León, atraídos por el prestigio del ITESM. Como los costos de una institución privada son elevados, lograron llenar los requisitos para obtener una beca de excelencia, que cubre 95 por ciento de los gastos del posgrado. De esta manera Jorge ingresó a la maestría en sistemas de manufacturas que antes de su muerte estaba por concluir, mientras Javier Francisco apenas comenzaba el doctorado en Ciencias de la Ingeniería.
Jorge formaba parte de un grupo de investigación en el Tec que venía trabajando en un proyecto muy interesante para el desarrollo de un vehículo híbrido, un prototipo de automóvil movido por energía solar como alternativa para el remplazo de los autos de gasolina. Por su parte, Javier Francisco estaba en la etapa de definición de su proyecto de doctorado, que se ubicaba en el campo de las manufacturas robotizadas, una de las áreas más promisorias para incrementar el valor agregado en la producción industrial.

Además de las actividades en el laboratorio, el trabajo en la biblioteca es una parte esencial en los estudios de posgrado. La noche del miércoles 18 de marzo su estancia en las instalaciones bibliotecarias se prolongó hasta la madrugada del jueves. Al salir y dirigirse a sus habitaciones, dentro del propio campus universitario, fueron sorprendidos por ráfagas de metralla, y así los sueños de dos jóvenes tecnólogos mexicanos murieron con ellos, produciendo un dolor inimaginable en sus familias y el pesar e incertidumbre en sus compañeros y amigos en el ITESM y en todos los mexicanos.

Jorge Antonio y Javier Francisco fueron vilmente asesinados. Las balas que acabaron con sus vidas presumiblemente provinieron de las armas del Ejército Mexicano. Sus cuerpos fueron levantados y maltratados al grado de dejarlos casi irreconocibles. Sus pertenencias desaparecieron y se pretendió adjudicarles una identidad distinta, la de delincuentes armados, como se asentó en las primeras notas informativas… En honor a ellos y a sus familias es necesario limpiar sus nombres.

El asesinato de estos estudiantes ha indignado sin distinción a las comunidades de las universidades tanto públicas como privadas. Son víctimas de la guerra absurda que libra el gobierno contra el narcotráfico y que seguirá cobrando vidas inocentes si los mexicanos no logramos detenerla.

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